viernes, 4 de julio de 2008

Soledad

Y al fin la puerta se abrió.

Tras tanto tiempo tratando de mover sus pesados goznes, todo lo que había estado buscando durante tanto tiempo encontraría su camino a través de la pesada madera de aquel portal.

No fue una tarea fácil. Y no es sin largo trabajo, sufrimiento y sacrificio que conseguiría al fin doblegar aquellos fundados temores, sólo para darme cuenta de quién era en verdad, lo que en verdad creía, aquello por lo que lucharía y llegado el momento, aquello por lo que estaría dispuesto a morir.

Sólo ahora me es revelado aquello que me fue arrebatado sin compasión ni piedad.

Te he encontrado.

Pero es al ver tus ojos de nuevo. Al contemplar esa misma mirada que tanto añoraba y que siempre devolvía la calidez a mi corazón, cuando me doy cuenta de que ésta ya no existe ni existirá en otro lugar sino en mi recuerdo.

Aquellos ojos que me mantenían caliente en aquellas largas noches de invierno ya no volverían a arrancar chispa alguna de este corazón baldío y solitario.

Te he perdido para siempre.

Como fui tan estúpido como para creerme mi propia fantasía. Como pude caer en mi propio sueño, un sueño tan imposible que fue despierto cuando caí en él. Y vaya si caí. He caído más allá de toda esperanza y hace tiempo que he perdido de vista camino de regreso. No quedan peldaños de subida, ni escalera de cuerda, ni grieta alguna por la que trepar.

Como pude cometer un error tan imperdonable. Cómo he sido tan estúpido.

Salté confiado y equivocado a un helado océano donde esperándome no había sino olvido. Y sólo al caer en esa helada agua de indiferencia, de humillación, de rencor, de hipocresía y de decepción, me dí cuenta de aquello que me había perdido.
Me había perdido mi propia vida.

Cuantas veces habría oído susurrar a los amantes acariciándose al oído, mi vida es tuya para siempre. Que triste sacrificio el del que ama y no es correspondido. Mi historia es la de alguien que hizo una vez esa promesa pero no recibió la respuesta correspondida. Alguien que recibió un gran regalo y nunca supo qué hacer con él. Mi vida es tuya para siempre.

Nunca sabré si entregarle mi corazón supuso para ella más bien un problema que otra cosa. Es como quien recibe un obsequio sin conocer su uso ni verdadera utilidad. Y tras observarlo con celo al principio, y exhibirlo con orgullo después, finalmente se cansa y lo deja en un rincón donde no estorbe ni moleste, hasta que finalmente, cae, se rompe y es olvidado por otro que lo reemplace.